En tiempos donde todo se documenta y se publica, la maternidad también se vive en línea. Las redes sociales se han convertido en un escaparate donde las mamás comparten momentos tiernos, logros escolares, cumpleaños temáticos y recetas compartidas con sus hijos. Pero en ese mismo escaparate, también se asoman juicios, estándares imposibles, culpa y comparaciones.
Ana Karina Soto, reconocida presentadora, productora y madre de Dante, de 8 años, ha experimentado la cara amable de esta exposición.
“Recibo comentarios muy bonitos, de amor, de empatía con mi rol de mamá”, dijo. Para ella, mostrar su faceta materna es una forma de humanizar su imagen pública y construir comunidad. Sin embargo, no todas las madres corren con esa misma suerte.
Yailin Fuentes, empresaria cucuteña y madre de Karla, de 6 años, también comparte aspectos de su maternidad en redes, y aunque afirma no sentir presión ni haber notado comentarios negativos, reconoce que existe un estándar implícito de perfección que muchas buscan replicar.
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“Las ‘mamás perfectas’ no existen. Somos humanas, cometemos errores, pero estamos ahí”, señaló con honestidad.
Las redes sociales muestran una maternidad idealizada: niños impecables, madres pacientes, rutinas balanceadas. Esta narrativa, como lo explicó la psicóloga especialista en juego y desarrollo socioemocional y educadora de familias en disciplina positiva, Esperanza López Manrique, puede generar culpa y ansiedad.
“Las redes pueden ser aliadas si se usan conscientemente, pero también son un arma de doble filo cuando se comparan realidades”, advirtió.

Pese a los filtros y los likes, ambas madres coinciden en que encuentran apoyo digital. “Cuando he contado momentos difíciles con Dante, como su hospitalización, muchas madres me escriben con sus propias historias”, relató la presentadora ocañera, quien valora esos lazos invisibles que se tejen a través de la pantalla.
En medio de esa constante conexión, también aprendió a marcar límites. “Cuando estamos haciendo tareas o viendo una película, el celular no existe”, afirmó Soto, mientras Yailin reveló que dedica dos horas diarias exclusivas para jugar o estudiar con su hija.
La maternidad digital no es solo una serie de publicaciones: es un equilibrio constante entre mostrar y reservar, entre compartir y proteger. En tiempos de hiperconexión, ser madre también implica resistir a los ideales ajenos y encontrar en lo cotidiano -aunque no se publique- la verdadera medida del amor.
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Conectadas, cansadas, invisibles: la carga mental no se desconecta
Las madres modernas no solo cargan con el bolso y los juguetes: también con un peso invisible que rara vez se descansa, incluso cuando apagan la luz. Se llama carga mental digital y se suma al ya pesado listado de pendientes de quienes crían.
La maternidad, en esta era conectada, no termina cuando los hijos duermen. A veces, inicia otra jornada: la de responder mensajes, leer sobre crianza positiva, revisar tareas, buscar recetas sanas o simplemente sobrevivir al algoritmo.
Y si bien muchas madres como Ana Karina Soto aprenden a dosificar su uso, no todas tienen esa ventaja.
“La carga mental digital es el agotamiento emocional y cognitivo que produce estar constantemente conectadas”, explicó Esperanza López, psicóloga. En su experiencia, las madres, además de ser cuidadoras, son planificadoras, gestoras del hogar y ahora, también curadoras de contenido.

Yailin Fuentes, como muchas madres jóvenes que también son creadoras de contenido, se mueve en una doble esfera: criar y crear. Aunque afirma no sentirse presionada por las redes, su rutina incluye coordinar los entrenamientos, los eventos y las publicaciones de su hija Karla, quien ya tiene su propia cuenta de Instagram. Todo, claro, bajo su supervisión.
Para el psicopedagogo Marco Antonio Mendoza, el problema no está en usar las redes, sino en depender de ellas.
“Cuando las madres creen más en lo que dicen las redes que en su propia experiencia, ahí empieza el daño”, advirtió el especialista. Las comparaciones, aunque silenciosas, pesan más que las opiniones explícitas.
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Esta sobrecarga tiene consecuencias físicas y psíquicas: dolor de cabeza, tensión muscular, ansiedad por abstinencia digital. “No es solo estrés. Es un desgaste emocional profundo que afecta también a los niños”, subrayó López.
La socióloga Sara Rodas va más allá: “Es injusto responsabilizar únicamente a las madres por su salud mental. La maternidad es un trabajo social que debería estar respaldado por políticas públicas y una red de apoyo real”.
Sin embargo, en un país donde muchas maternidades son solitarias, el cuidado mental sigue recayendo sobre los hombros de las mujeres. Por eso, estrategias como limitar el tiempo en redes, priorizar el autocuidado y delegar responsabilidades son vitales.
La maternidad no debería vivirse desde la exigencia ni la perfección. Debería vivirse acompañada, honesta y con espacio para que la mujer también respire. Aunque sea lejos del Wi-Fi.
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