Rosendo Cáceres Durán, médico anestesiólogo cucuteño, partió dejando una huella imborrable entre quienes lo conocieron.
Reconocido por su vocación de servicio, su alegría contagiosa y su entrañable tradición de armar el pesebre en Navidad, fue además un lector fiel de La Opinión, diario al que estuvo vinculado por más de cinco décadas.
“¡Rosendo, alístese que nos vamos para Cúcuta!”, gritaban en su niñez, y él, con la emoción viva, soltaba el balón y corría a ponerse su mejor pinta. Así era Rosendo: espontáneo, alegre y lleno de entusiasmo. Sus raíces están en Chinácota, municipio que lo vio crecer y que moldeó su pensamiento crítico desde temprana edad.
Desde niño caminaba por calles sin pavimentar para llegar a la escuela en su pueblo natal. Más adelante, llegar a vivir a Cúcuta fue para él un acontecimiento memorable. En la capital nortesantandereana se instaló y echó raíces profundas, tanto personales como profesionales.
Rosendo nació en 1931, y fue testigo de una época convulsa para el país, marcada por las persecuciones políticas a los liberales. En ese contexto también creció Jorge Alberto Mansilla Hernández, su entrañable amigo y vecino, con quien compartió no solo los primeros años de vida, sino también su amor por las letras y por La Opinión, periódico del que fueron lectores devotos.
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Médico de profesión, egresado de la Universidad Nacional en 1954 como anestesiólogo, Rosendo ejerció con vocación y entrega. Pero además de la medicina, cultivó una pasión por la lectura y la historia regional, siendo un asiduo lector de editoriales, efemérides y especiales publicados por La Opinión.
Tenía una memoria prodigiosa para las fechas y los hechos relevantes. Recordaba, por ejemplo, con dolor, el asesinato de Eustorgio Colmenares Baptista, fundador de este medio, ocurrido el 12 de marzo de 1993.
No solo disfrutaba leer el periódico: también coleccionaba sus enciclopedias, como la de informática, la historia de la Diócesis, las monografías de Norte de Santander y aquella dedicada al Cúcuta Deportivo, equipo al que seguía con fervor. Nunca olvidó el ascenso del club a la primera división en 2006, una noticia que, como él decía, “movió las fibras más profundas de su esencia”.
Además, su espíritu navideño era un sello propio. Durante años se destacó por armar uno de los pesebres más admirados de la ciudad, una tradición que le ganaba el cariño de vecinos, amigos y conocidos, y que reforzaba ese lado entrañable que todos apreciaban en él.
Rosendo Cáceres Durán no solo fue un profesional destacado, sino un ciudadano comprometido con su entorno, con su historia y con su comunidad. Leía el periódico cada mañana acompañado de un tinto, disfrutando de los titulares, editoriales y, por supuesto, de las efemérides que tanto amaba.
En una de sus últimas entrevistas, afirmaba con lucidez y humor: “Anhelaría leer la edición de los 100 años de La Opinión, pero seguro estaremos muy ocupados en otro mundo”.
Hoy, desde ese otro mundo, seguramente seguirá leyendo titulares, comentando editoriales y sonriendo con la misma calidez de siempre.
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