Suscríbete
Elecciones 2023 Elecciones 2023 mobile
Columnistas
Sanar no es suficiente
Hoy todo el mundo quiere sanar, pero pocos quieren transformar.
Authored by
Domingo, 4 de Mayo de 2025

Vivimos en una época donde el malestar se ha vuelto norma. La incertidumbre política, la crisis climática, la precariedad laboral y el deterioro de los vínculos sociales han generado un cansancio colectivo. En respuesta, proliferan mensajes que invitan a mirar hacia adentro, a priorizar el bienestar personal, a “sanar”.

La palabra se repite en redes sociales, libros de autoayuda, espacios terapéuticos y charlas motivacionales. Sanar parece ser la nueva utopía.
Pero hay una trampa en ese mandato. Hoy todo el mundo quiere sanar, pero pocos quieren transformar.

Se nos dice que si logramos regular nuestras emociones, si comemos mejor, si meditamos y nos rodeamos de “gente bonita”, vamos a estar bien. Y mientras nos concentramos en ser nuestra mejor versión, el mundo sigue reproduciendo las mismas injusticias de siempre.

Porque hay cosas que no cambian. Creemos que vivimos una época radicalmente distinta, como si estuviéramos reinventando la existencia. Pero si uno raspa un poco la superficie, descubre que los grandes dilemas siguen siendo los mismos: quién tiene derecho a vivir, quién puede ser feliz, qué significa ser libre, cómo se reparte el dolor.

No es que nos estemos transformando tanto. Lo que cambia es el decorado: los algoritmos, los discursos, las formas del poder. Pero las preguntas esenciales son las mismas que enfrentaban los griegos, los egipcios o las comunidades ancestrales de Abya Yala. Seguimos discutiendo lo mismo, seguimos buscando sentido, seguimos luchando, con otros lenguajes y otras herramientas, por las mismas causas fundamentales.

En medio de ese panorama, el discurso de la sanación individual se vuelve funcional. No alivia el sufrimiento colectivo, pero sí lo neutraliza políticamente. El filósofo Slavoj Žižek dice que lo opuesto a concentrarse en uno mismo no es perderse en el inconsciente, sino aislarse de lo político. Cuando dejamos de pensar colectivamente, cuando el dolor se vuelve un asunto privado, dejamos de actuar. Nos volvemos espectadores de un mundo que, aunque nos afecta, ya no sentimos como nuestro.

Y ese vacío lo llenan otros. Aparecen figuras que no tienen nada nuevo que decir, pero lo dicen fuerte, con seguridad y con ritmo. Daniel Habif es un caso emblemático. Repite lugares comunes, frases sin contenido real, pero que apelan a las emociones más básicas. Lo sigue gente que está buscando algo: propósito, consuelo, sentido. Y lo encuentran en un discurso que no incomoda a nadie, que no desafía al poder, pero que se presenta como revelador. Su discurso no está diseñado para pensar, sino para acumular seguidores. No busca despertar conciencia, sino fidelizar emocionalmente.

Y mientras tanto, los discursos autoritarios se abren camino. No porque la gente sea ingenua o malvada, sino porque muchos están agotados. Cuando uno siente que nadie lo representa, que no hay alternativa real, cualquier voz que ofrezca orden, aunque sea autoritaria, parece preferible al caos. Por eso no basta con indignarse ante el ascenso de figuras como Trump o Bukele. Hay que preguntarse qué falló en la conversación pública para que ese tipo de liderazgo conecte con tantas personas.

No es solo culpa de los populistas. También es responsabilidad de quienes renuncian al debate, del progresismo que se vuelve elitista, del ciudadano que se encierra en su mundo y cree que el dolor del otro no le compete. Cuando dejamos de hacer comunidad, dejamos la política en manos de los cínicos y los demagogos. Pepe Mujica decía que el alma no descansa en el ego, sino en el otro. Esa es la clave: sanar no puede ser un ejercicio de repliegue individual. Tiene que ser una práctica de vinculación, de resistencia, de compromiso. Porque no hay bienestar auténtico si no se comparte. 


Gracias por valorar La Opinión Digital. Suscríbete y disfruta de todos los contenidos y beneficios en https://bit.ly/SuscripcionesLaOpinion . 

Temas del Día