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El enemigo en casa
Papás y cuidadores: hay que ponerse las pilas.

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Martes, 10 de Junio de 2025

Las redes sociales están moldeando una generación entera a punta de mentiras. Estereotipos irreales, filtros imposibles, cuerpos inalcanzables. Un bombardeo constante que empuja a los más jóvenes a querer ser alguien distinto de lo que son. Y lo hacen solos, sin acompañamiento.

El resultado lo estamos viendo y, peor aún, lo estamos normalizando: baja autoestima, ansiedad, depresión, trastornos de conducta. Una epidemia silenciosa que crece a un ritmo impresionante.
Los ejemplos sobran. Y deberían encender todas las alarmas.

En TikTok, Instagram o X circulan “tips” para ser anoréxicas o bulímicas: cómo vomitar sin dejar rastros, cómo engañar a los padres, cómo ocultar un trastorno. Se comparten imágenes de cuerpos enfermizos como si fueran metas. Existen retos como “las carreras de kilos”, donde se compite para ver quién baja más de peso en menos tiempo.

En paralelo, la adicción a juegos en línea y apuestas digitales ha escalado, como quedó plasmado en un artículo del periódico El Tiempo. Desde la pandemia, muchos adolescentes cayeron en esta trampa sin supervisión alguna. Hoy, no son pocos los que han terminado hospitalizados o medicados por trastornos derivados del uso excesivo. Según The Lancet, el 26% de los adolescentes que acceden a plataformas de apuestas digitales presenta comportamientos patológicos. En Colombia, investigaciones estiman que entre el 18% y el 32% de los jóvenes con actividad regular en juegos en línea podrían desarrollar ludopatía.

Esto no es un problema marginal. Es una crisis.Y no, el mundo digital no es neutro.

Detrás de cada pantalla hay un riesgo real. Porque, así como internet puede ser un espacio para aprender, investigar y desarrollar habilidades, también es el terreno movedizo y cruel donde pedófilos, embaucadores, violadores confluyen. Gente que sabe cómo ganarse la confianza de un niño y, al verlo como una presa, lo atrapan.

Para quienes aún creen que esto es exagerado, basta con ver Adolescencia, una serie británica estrenada este año. Narra la historia de un niño de 13 años implicado en el asesinato de una compañera, manipulado por grupos en línea, aislado, sin guía adulta, atrapado en una realidad digital que lo desbordó.

La serie retrata con crudeza lo que muchos prefieren no ver: la cultura del odio, la radicalización en redes, la ausencia emocional. Muestra también un fenómeno alarmante: el de los incels (involuntary celibates), hombres —o niños— que desarrollan odio hacia las mujeres por sentirse rechazados.

No es ciencia ficción. Es el mundo que ya estamos viviendo.

Y mientras tanto, muchos padres también están atrapados en sus propias pantallas. Se acabaron las conversaciones en la mesa. Se perdió el espacio donde se hablaba del día, de los miedos, de las alegrías. El lugar donde se construía confianza y prevención.

Ese silencio —lleno de notificaciones, pero vacío de presencia— es el que habitan muchos niños hoy. Y así enfrentan sus crisis: solos, confundidos, desconectados de los adultos que deberían protegerlos.

Papás y cuidadores: hay que ponerse las pilas.

El celular no puede seguir siendo el “chupo” de los niños ni el desaburridor automático de los adolescentes. No pasa nada si se aburren. Al contrario: el aburrimiento es sano. Es ahí donde nace la creatividad, la imaginación, el pensamiento propio.
Hay controles parentales, hay tutoriales, hay herramientas. Pero, sobre todo, hay que estar presentes. Escuchar, preguntar, conversar.

Y ya que estamos en campaña presidencial y al Congreso, ¿qué tal si dejan de insultarse entre ustedes y empiezan a hablar de esto?
Pongan sobre la mesa la salud mental infantil. La regulación del acceso a redes. La educación digital.

Porque si no prevenimos hoy, lo que viene no es solo preocupante. Es una bomba de tiempo. Y ya ha explotado en muchas familias… a veces con desenlaces tan trágicos como el suicidio.
Nuestros hijos no necesitan filtros. Necesitan adultos presentes. Y un país que los cuide más que una app.

Es hora de empoderarlos. Para que, en vez de esconderse detrás de una pantalla, se atrevan a mostrar lo que valen. Y griten con fuerza que están listos para cambiar el mundo.


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