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Tecnología
¿Estamos listos? Así la inteligencia artificial cambia la educación, el empleo y la sociedad
La inteligencia artificial se expande velozmente y plantea retos éticos, educativos y laborales que no podemos ignorar.
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Daniela-Rayo
Daniela Rayo
Domingo, 31 de Agosto de 2025

La inteligencia artificial (IA) dejó de ser un concepto futurista para convertirse en una herramienta al alcance de todos. Desde 2023, con la expansión de modelos como ChatGPT, Gemini o Copilot, millones de personas en el mundo han empezado a interactuar directamente con tecnologías que antes estaban reservadas a gobiernos y grandes empresas.

Para el doctor Antonio José Bravo Valero, profesor del Departamento de Ciencias Básicas, Sociales y Humanas de la Universidad Simón Bolívar, esta apertura marca un punto de quiebre histórico:

“Lo que vivimos desde 2023 fue una democratización. Pasamos de un uso exclusivo a que cualquier persona con un teléfono inteligente y conexión a internet pueda acceder a estas herramientas. Eso cambia radicalmente la forma de aprender, trabajar y comunicarnos”.

De la exclusividad a la masificación

Aunque muchos creen que la IA es un fenómeno reciente, su origen se remonta a 1957. Bravo recuerda que programó su primera máquina de aprendizaje en 1992, cuando aún era estudiante de ingeniería eléctrica. Lo novedoso no es su existencia, sino la manera como se ha popularizado.

“Hoy cualquier usuario puede dialogar con una máquina mediante texto o voz gracias a los modelos de lenguaje natural. Esa es la gran revolución: ya no hablamos de cálculos aislados, sino de sistemas capaces de comprender, crear y acompañar procesos humanos”, explica.

Esta expansión también responde a los avances del aprendizaje profundo y al crecimiento del almacenamiento digital. La combinación de ambos permitió procesar volúmenes de datos antes imposibles de manejar, abriendo la puerta a lo que hoy conocemos como inteligencia artificial generativa.

Usos masivos y cotidianos

El impacto de la IA se extiende a múltiples campos. En educación, ya apoya tanto la enseñanza como el aprendizaje. En salud, permite analizar datos clínicos, detectar enfermedades y estandarizar diagnósticos. En economía, se usa para prever tendencias financieras o proyectar precios de combustibles y alimentos.

Incluso, muchos usuarios la emplean como consejera personal o soporte emocional. Este uso masivo, para Bravo, evidencia la necesidad de un enfoque ético:

“La clave está en cómo usamos estas herramientas. No sustituyen al ser humano, lo potencian. Pero debemos ser responsables, porque detrás de cada dato hay personas y realidades sociales”.


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Educación regional: un ejemplo de transformación

La región nororiental de Colombia ya experimenta los efectos de esta democratización. Estudiantes de ingeniería trabajan con herramientas de inteligencia artificial desde el inicio de su formación, vinculando proyectos directamente con empresas locales.

Paralelamente, miles de maestros en formación continua han comenzado a integrar estas tecnologías en sus prácticas pedagógicas. Según Bravo, este proceso acelera los tiempos de aprendizaje y fortalece la capacidad de los docentes para responder a los retos actuales.

“La inteligencia artificial no es un sustituto, sino un aliado en el aula. Permite que el maestro se concentre en lo que ninguna máquina puede reemplazar: la empatía, la orientación y la formación ética de sus estudiantes”.

Ética, el verdadero reto

El especialista enfatiza que el desafío más grande no está en la tecnología misma, sino en su uso. Cita el Consenso de Beijing (2019), que estableció tres principios clave: garantizar el acceso universal, enseñar a las futuras generaciones a usar la IA con ética y formar a los educadores para llevar estas herramientas al aula.

Bravo afirma que estos principios son hoy más vigentes que nunca: “Necesitamos educar en el manejo ético de la información y en la privacidad de los datos. Sin eso, la democratización puede convertirse en un riesgo en lugar de una oportunidad”.

Hacia la industria 5.0

El debate sobre la sustitución de empleos por máquinas sigue abierto. Sin embargo, Bravo considera que el futuro apunta a la colaboración y no al reemplazo:

“Estamos pasando de la industria 4.0 a la 5.0, de la educación 4.0 a la 5.0. Eso significa que no habrá desplazamiento humano, sino una unión entre hombre y máquina. La automatización sin el ser humano no es suficiente; necesitamos de su creatividad y de su criterio ético”.

Como ejemplo, menciona algo tan cotidiano como el tráfico urbano: “Es más difícil organizar el tránsito peatonal en Cúcuta que programar un sistema de inteligencia artificial. Eso demuestra que el comportamiento humano es insustituible”.

Un futuro prometedor

Lejos de los discursos catastrofistas sobre máquinas que dominan el mundo, hay un panorama optimista:

“No debemos temer a la inteligencia artificial. El verdadero riesgo es que los seres humanos no cultivemos nuestras competencias socioemocionales, como la empatía y la cooperación. La IA es un apoyo, no un enemigo. Pero exige responsabilidad y ética”.

La democratización de la inteligencia artificial ya es una realidad y si bien abre desafíos inéditos, también ofrece la oportunidad de construir un futuro en el que la tecnología amplíe las capacidades humanas sin reemplazarlas.


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