Nora Ronái se roba las miradas por donde pasa. Su cabello blanco y corto se sale del gorro de natación con la bandera de Brasil, que siempre usa para las competencias, mientras que la fuerza con que camina deja en claro que es una mujer autónoma.
La mujer, de 98 años, ofreció un espectáculo en la piscina olímpica del complejo acuático César Zapata de la unidad deportiva Atanasio Girardot, de Medellín, donde cautivó a todos.
Los asistentes al Panamericano y Suramericano Máster, de natación, estuvieron pendientes de la actuación de la anciana, que participó en la prueba de 400 metros combinados en la categoría mayores de 80 años femenina.
Nora entró al escenario, cubrió sus ojos azules con unas gafas para ver debajo del agua y se arrojó al cuadro, después que el juez le dio la orden de salida. Ella estaba en el tercer carril, desde el cual se ganó los aplausos del público por su nadado lento, pero seguro.
Su presencia en el certamen causó revuelo. Solo se hablaba de la brasileña mayor de noventa años que iba a competir, algo que a ella la hace sentir “muy feliz y asustada”.
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“No comprendo por qué la gente se sorprende que yo esté aquí. Para mí es algo normal; yo no hice nada extraordinario. Simplemente nadé. Yo gozo al nadar. Me hace feliz”.
Salió sola de la piscina. Un aplauso al unísono se escuchó por cerca de un minuto. Su hija Cora Ronái la esperaba afuera. Dieron juntas un par de pasos y el personal médico le ofreció una silla de ruedas, lo que Nora rechazó con un vehemente movimiento de manos. “Me siento cansada, pero dichosa”, reiteró.
Una vida de lucha
Nora nació en Italia el 29 de febrero de 1924, algo que le causa gracia porque cumple cada cuatro años. “Tengo 28”, aseguró con tono irónico mientras reía. Su familia era de ascendencia judía.
Mide cerca de 1,55 metros, es amable y dice disfruta del agua. Sin embargo, en su mirada guarda la marca de las heridas que ha padecido durante su vida.
“Perdí la patria y a la gente que más amaba, como mi mamá, mi papá, mi hermano y mi esposo. Cuando una persona pasa por pérdidas así, no puede estar bailando y cantando sobre felicidades todo el tiempo. Sin embargo, cuando puedo, me gusta estar feliz”.
Ella tuvo que abandonar Fiume, la ciudad en la que nació y que fue territorio italiano hasta que terminó la Segunda Guerra Mundial y que luego perteneció a la otrora Yugoslavia, donde ahora está Croacia.
“Fui perseguida por Mussolini y por el gobierno italiano porque el líder fascista ordenó perseguir a los judíos. Cuando yo tenía 13 años me prohibieron ir a la escuela, porque una ley les cerraba las puertas a los hijos de los judíos. También era prohibido que cualquier profesor nos llevara a una clase particular. Como todas las escuelas eran del gobierno en ese entonces, a nosotros nos tocó estudiar en la casa”.
En 1941, cuando tenía 17 años y la guerra llevaba más de 18 meses, migró con su familia a Suramérica. Llegaron a Brasil, país en el que inició de nuevo y construyó su vida. Estudió arquitectura, compitió en la modalidad de clavados en natación, se casó y tuvo dos hijas. Cuando nació Cora, la primera, abandonó el deporte y se dedicó a la familia y a su profesión.
Mientras trabajaba también fue profesora en la facultad de Arquitectura de la Universidad Federal de Sao Paulo. Tiene su firma en dos libros: Diseño del Tiempo y Memorias de un Lugar Llamado Ondi.
Ella tiene cuatro nietos y nueve bisnietos a los que, según dijo, les enseña que en la vida hay que dejar atrás la adversidad.
Al agua desde pequeña
“Mi madre dice que yo nací nadando. Yo nado desde siempre, porque me dicen que cuando yo nací salí chapaleando. He nadado toda la vida”, relató con una sonrisa en el rostro y la voz pausada. Su vida siempre ha estado marcada por el agua. Fium, el nombre de su ciudad natal, significa río en italiano. Lleva 81 años viviendo en Río de Janeiro.
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De manera que, como no podía ser de otra forma, tuvo que regresar a las piscinas. Lo hizo cuando cumplió 70 años. Se inscribió en las competencias de categoría máster en Brasil y empezó a romper récords. Estuvo en seis campeonatos mundiales y en 2014, cuando tenía 90 años, se llevó siete medallas de oro. Ha competido en tantos suramericanos y panamericanos que ya perdió la cuenta.
“Volví a nadar porque me gusta el agua, porque esto me divierte. Cada que tengo tiempo disfruto mucho de entrenar y competir. Cuando era joven practicaba todos los deportes que me fuera posible y me divertía. Desde ese momento gozo de participar en todo lo que pueda. Eso me divierte”.
Nora seguirá entrenando en el Clube de Regatas Guanabara de Río de Janeiro, y mientras pueda asistirá a eventos nacionales e internacionales. Por ahora continúa robándose las miradas y aplausos del público antioqueño con sus brazadas y jovialidad, en búsqueda de la felicidad que le produce estar en el agua, donde ha transcurrido la mayor parte de su vida.
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