El arte navega por sus venas y lo expresa de cualquier manera. Jairo García Galván solo necesita mirar o escuchar para inspirarse. Así ha ocurrido con la música y con el oficio de tallar piedras y madera. No ha estudiado en academias, pero la experiencia le ha sacado callos en sus manos y ha afinado la garganta para interpretar vallenatos, rancheras y música llanera.
Este hijo de La Playa de Belén, esa tacita de plata que ostenta el título de Bien de Interés Cultural de Carácter Nacional, Monumento Nacional de Colombia desde el 2005, llegó a los trece años a Cúcuta, acompañado de sus padres y once hermanos. Aquí recorrió las calles vendiendo mercancía hasta convertirse en un polifacético hombre que agudiza sus oídos y sus ojos para aprender como una esponja.
‘Pasó al otro lado’ cuando tenía 19 años y en San Cristóbal se enamoró de la magia del arpa, de la música llanera, escuchándola en la radio y en los negocios y llegó a interpretarla como su ídolo Reynaldo Armas, a quien imitó en el reality de televisión de Caracol ‘Yo me llamo’ en el 2013, pero en ese entonces Jairo Martínez y Luz Amparo Álvarez no le dieron el sí.
Sin embargo, insistió en el 2014, pero no pasó todos los filtros. En el 2018 le faltó poco para convencer al jurado. Este año no se enteró de las convocatorias, pero aún persiste en continuar emulándolo.
En Venezuela cantó en muchos estaderos y recorrió el oriente invitado como artista. Fue una faceta exitosa que recuerda con nostalgia.
García Galván había adiestrado su garganta con vallenatos en Colombia e interpretó canciones del repertorio de los juglares tradicionales. También se le midió a las rancheras y por simple placer amenizaba restaurantes en Cúcuta y Los Patios. Sin embargo, la música llanera lo envolvió de tal manera que grabó un álbum con varias canciones de su autoría y de otros intérpretes.
Y en San Cristóbal aprendió también a transformar las piedras, a inyectarles vida de animales, con solo mirar un búho que llevaba un joven de la calle. Se retó y dijo “eso lo hago yo”. Buscó un cuchillo y un destornillador y entre golpe y golpe fue moldeando hasta lograr la figura del animal. Y así prosiguió con ardillas, tortugas, micos, hasta completar un zoológico.
Instrumentos musicales como el arpa, el cuatro, guitarras, y hasta desnudos logró tallar. Los turistas italianos, franceses y portugueses valoraban sus obras y se convirtieron en sus asiduos compradores.