Juan Esteban y Daniela nacieron el 8 de febrero de 2015. Él, en una reconocida clínica de Cúcuta, y ella, en un centro de salud de un corregimiento de la zona rural del municipio. Nacieron el mismo día, en la misma ciudad, hablan el mismo idioma, pero sus vidas hasta hoy han sido opuestos paralelos. Ella va a la escuela después de ayudar con los quehaceres de la casa y él cuando la ruta lo recoge. En el salón de clases ambos escuchan el cuento de Caperucita Roja, sin percatarse que a dos horas de distancia el lobo es diferente.
La historia sucede en Cúcuta, pero la realidad en el mundo muestra que la brecha educativa, aún dentro de las mismas ciudades, es enorme. Ya sea por la difícil geografía, la población dispersa, el conflicto armado o todas las anteriores. Brecha dentro de la que se incluye uno de los ejes transformadores que por siglos ha salvado a naciones enteras: la cultura. Fue gracias a la cultura que en la Revolución Francesa se logró un sentimiento de patriotismo, y fue gracias a la expresión cultural que entre 1914 y 1945 el continente europeo se unió en un sentimiento de prevención y no repetición, por citar algunos ejemplos.
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Pero, ¿cómo promover la cultura en escenarios de selva y cemento al tiempo? y ¿qué tiene que ver la cultura con las brechas educativas y sociales que existen entre Juan Esteban y Daniela? William Ospina, escritor colombiano, señala que “el principal mal de Colombia es de índole cultural. No tenemos una cultura, una cultura que nos agrupe a todos en una memoria común, en un proyecto compartido, en un sueño nacional”.
Llegar a ese punto no va a suceder de la noche a la mañana, pero sí como resultado de sumas de actores y multiplicaciones de acciones que promuevan el arte, la música, las obras y la literatura.
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Gabriel Peña, coordinador de la oficina de intergrupos del Táchira de Alcohólicos Anónimos, situada en la Quinta Avenida de San Cristóbal, en el edificio Los Mirtos, explicó que el alcoholismo es una enfermedad que puede ser arrastrada por los genes y generada por familias disfuncionales.
Las estimaciones sobre el incremento del consumo en la entidad, están por el orden del 30 por ciento, sobre todo porque algunas personas afectadas se llevaron el licor a sus casas y tentaron a otros miembros de sus familias, indicó Peña.
“El alcoholismo puede generar suicidio, homicidios, accidentes de tránsito, abandono familiar”, expuso Peña, de ahí que Alcohólicos Anónimos es una alternativa enfocada en ayudar a las personas a salir del consumo descontrolado de las bebidas alcohólicas, reforzando la espiritualidad de las mismas.
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Las reuniones se han extendido a varios municipios de la entidad, entre ellas a la población de Ureña, y próximamente esperan llegar a San Antonio, donde existe una gran necesidad.
Además es importante precisar que a las reuniones solo asisten las personas afectadas, las cuales intercambian experiencias, sin que sus identidades sean reveladas.
A nivel regional más de 300 personas acuden regularmente a la organización sin fines de lucro, y sin costos para los voluntarios.
“Cuando yo fui a la primera reunión de Alcohólicos Anónimos y me declaré como un enfermo alcohólico, yo pensaba que estaba hablando de mí, pero no, es que todos los que vamos a esas reuniones tenemos el mismo problema, por eso logramos que con esas terapias tele dirigidas cada uno se levante, exprese lo que siente y por lo que está pasando”, relató Peña.
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Trabajo que en la capital de Norte de Santander vienen impulsando la Secretaría de Cultura y Turismo de Cúcuta y la Red Municipal de Lectura y Escritura desde 2020, con la estrategia de impacto social en zonas rurales del municipio, que busca promover el acercamiento al libro y a la lectura a través de las bibliotecas públicas.
Para el alcalde Jairo Yáñez promover los hábitos de lectura y los análisis en torno a ellas, sigue siendo una apuesta para su administración, “en especial, en las zonas rurales donde se han venido realizando estas actividades de manera permanente, con miras a hacer de estas dinámicas procesos sostenibles en el tiempo”.
Se refiere el gobernante municipal al servicio de extensión bibliotecaria que se presta desde las bibliotecas públicas, mediante la asignación de un promotor de lectura en la zona rural y a la creación de espacios de encuentro con las comunidades donde se promueven procesos culturales y de lectura.
Hasta la fecha, los corregimientos Carmen de Tonchalá, Buena Esperanza - vereda de Puerto Nuevo, Agua Clara, San Pedro, Palmarito y Banco de Arena cuentan con bibliotecario y promotores de lectura que orientan a los habitantes en sus necesidades de información y hacen el préstamo de materiales de lectura.
Para Olga Patricia Omaña, Secretaria de Cultura y Turismo de Cúcuta “Un niño que lee es un niño que desarrolla la capacidad de reflexionar en su entorno, de asociar al ‘lobo’ de Caperucita con aquel villano que amenaza su existencia. Es un niño que crece con sentido crítico y siente en él la necesidad de convertirse en un gestor de cambio”.
A diciembre de 2021, la estrategia de lectura alcanzó a beneficiar a 11.613 niños, adolescentes, jóvenes y adultos mayores de los seis corregimientos, y solo en enero de 2022 fueron 6.428 personas las participantes.
Cifras que motivaron la generación de más espacios de lectura y escritura en zonas sensibles de manera permanente y propiciaron la creación del programa ‘Paraderos de libros Para Parques’* (PPP), pequeñas bibliotecas públicas que brindan la oportunidad de acercarse de manera libre y espontánea a la lectura, mientras esta se convierte en un proceso transformador a través de la resignificación de realidades, el intercambio de saberes y la apropiación de las historias de vida.
Hoy, de la mano de la Secretaría de Posconflicto y Cultura de Paz, en cabeza de Elisa Montoya, se unen esfuerzos por llegar a zonas afectadas por estas realidades y que sean los libros el arma de la no violencia en la zona rural de Cúcuta, fomentando a través de la lectura y diferentes estrategias didácticas para las edades infantiles, futuras generaciones de la no violencia, espacios de identificación “del lobo”, y de reflexión de cómo enfrentar las realidades cotidianas de su entorno.
A Juan Esteban y a Daniela hoy los sigue separando una distancia geográfica, más no una brecha cultural y educativa que se convertirá en futuro cercano en espacios de convivencia.
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