
Cuando cayó el muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989, de manera instantánea e imprevista, la reacción de Berlín Occidental fue un ejemplo de planeación ante eventos trascendentales y súbitos. En lugar de declaraciones políticas sobre el fracaso del comunismo o de acciones revanchistas, las autoridades de Berlín Occidental guardaron silencio y la manejaron como una acción humanitaria. No enviaron al muro carros o camiones de policía sino ambulancias que en gran número recogían berlineses orientales y los ubicaban el albergues previamente designados.
No fue una acción impulsiva sino el desarrollo de una estrategia previamente estudiada para cuando cayera el muro. Y no es que fuera algo previsible, es más después de casi cuatro décadas de existencia, el muro parecía inamovible. Hubo incluso un analista político que en un programa televisivo gringo un par de días antes dijo que primero caía la gran Muralla China que el Muro de Berlín. Empezaban a surgir los "académicos" con agenda.
Hay más ejemplos de "imposibles" que cayeron de manera instantánea e imprevista, como la caída de Bashar al Assad en Siria que después de haber resistido una guerra de años y tener el apoyo de Rusia e Irán, el regimen alauita desapareció en dos semanas.
Cúcuta se ha caracterizado por ser como corcho en remolino, todo la sorprende y no actúa de manera preventiva ni mucho menos predictiva, sino solo de forma reactiva. Vivimos la bonanza cambiaria como si fuera eterna. Nunca nos preparamos para cuando acabará y cuando llegó el "viernes negro" no supimos que hacer y solo rogábamos que volviera. En 2015 empezó la diáspora venezolana, pero como jamás lo habíamos previsto, no supimos que hacer y por la frontera pasaron todo tipo de bandidos. Cuando Santos regaló el Catatumbo al chavismo, nunca nos preparamos para la captura de Cúcuta por parte del crimen organizado. Sabemos que nos va a venir un gran terremoto solo que no sabemos cuándo, pero es que ni siquiera tenemos un mapa de microzonificación sísmica ni mucho menos medidas de adaptación.
Y ni siquiera nos preparamos para lo bueno, como cuando se produzca la caída del chavismo en Venezuela y Colombia salga de su horrible noche y ya sea por ignorancia, incredulidad, ideologización o simplemente por estar ocupados en “cosas más importantes”, no tenemos estrategia para esta eventualidad. Si creáramos redes fuertes de trabajo conjunto con nuestros vecinos tachirenses y zulianos afectos a la democracia, podríamos diseñar una estrategia para maximizar la oportunidad que dará ese evento y minimizar los grandes riesgos que representa, sin esperar a ver que deciden Bogotá y Caracas sobre nuestro destino, el mayor riesgo.
Trabajemos en analizar las oportunidades en un escenario de fin del chavismo y reconstrucción de Venezuela. Llegará a Venezuela una gran inversión de capital y deberíamos tener proyectos conjuntos de creación de riqueza que permita encauzar algo de ese dinero. O planteamos por una vez, desde la región, una visión de desarrollo o seguimos como juguete del destino. Si todavía no tenemos claro que el centralismo es el gran enemigo de la frontera, apague y vámonos.
Plantear crear un área metropolitana binacional, como ente autónomo nos permitiría lograr ser un mercado ampliado y un hub logístico bisagra que nos conduzca a un desarrollo económico sostenible. El tema da para un tratado, pero lo primero es crear las redes binacionales que nos permitan discutir que opciones conjuntas vemos. Eso implica, en primer lugar, que nosotros sepamos como ponernos de acuerdo en lo que necesitamos, que fortalezcamos el tejido empresarial y demos más altura a nuestra clase política. La oportunidad será repentina y no durará. Si no actuamos, la región corre el riesgo de quedar como bastión criminal. Ese es el riesgo. No actuar, también trae costos.
O pensemos mejor que tal vez el chavismo será eterno y que considerar su caída sería un absurdo y sigamos viviendo al día. Ya nos cogió el tarde. ¿O no?
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