Usted lo tiene todo; lee esto en un celular que costó tres salarios. Seguro sale a correr con sus tenis que costaron un billete. Es posible que lea este artículo en un computador importado. Ni hablar de las mil comodidades que tiene. Que todos tenemos. Mientras eso, en algunos parques acampan venezolanos.
No tienen donde dormir. Nada que comer. Están bajo precarias condiciones de vida. Algunos animales viven una vida mejor. ¿Acaso no han visto fotos que muestran perros con ropa de marca, y gatos con collares de diamantes? Mi gato come atún importado. Duerme en una cama afelpada. Va el médico, que lo vacuna. Nada de eso lo tiene los venezolanos.
¿Qué vamos a hacer? La compasión es el sentimiento más bello, que más engrandece. Nos hace tan grandes que borra lo humano que hay en nosotros. En vista del silencio de muchos mandatarios con el tirano de Venezuela, ya es hora que los ciudadanos hagamos algo. Nos amenaza el sátrapa caribeño con misiles en la frontera.
¿No sabe el señor maduro que Colombia siempre ha sido inmune a todos los males, y que García Márquez, cuando dijo que no había mal que durara 100 años, se refería a Venezuela? Veo las caravanas de caminantes que vienen agotados; hace poco vi como usaban harapos en vez de zapatos; ya se les habían desgatados las suelas. Usaban jirones amarrados a sus pies para poder continuar el camino desde el oriente.
Les pregunté qué necesitaban. ¿Usted ya habló con un venezolano, para ver qué necesita?
Me pidieron zapatos, y comida. Paré mi recorrido y compré víveres. No muchos, ahora que lo pienso. ¿Usted ya les ayudó? Hágalo, pero con muchos víveres. No sea como yo fui ese día. Les dije que por acá la cosa no estaba fácil, que ya había muchos venezolanos, que no era fácil conseguir trabajo, que había estigmatización. En fin, los desanimé.
Pobre diablo que soy, que desanimo a una persona que lleva varios meses caminando para poder comer. No los desanimen cuando los vean. Les di, al fin, unas pocas palabras de aliento. Les conté que para llegar a Bogotá faltaban varios kilómetros. Calculaba que a pie serían 2 días. Quizá tres porque llevaban niños. Me acordé, luego, de que lo más importante es mantener la ilusión viva. Quizá debí mentirles y decir que estaban muy cerca de Bogotá.
¿Cuál era mi necesidad de decirles la verdad, si era demoledora? Cuando vea a un venezolano, ayúdelo. A fondo, con generosidad, sin limitaciones.
Que todos los días sea una venezolatón.