Son hechos menores, dirán algunos. Y sí, es factible que así sea. Pero por menores, no son insignificantes. Son, a mi juicio, una muestra de lo que está mal.
Tanto como cuando al paciente le sacan unas pocas gotas de sangre para analizar sus padecimientos, son los episodios que quiero relatar acá y que me permiten diagnosticar que estamos ad portas de la anarquía.
El caso del vigilante en Transmilenio es el más pavoroso. Unos señores que quieren entrar sin pagar y golpean a unos policías bachilleres. El video no deja dudas. El guarda privado se defiende y defiende a los policías, para lo cual saca su arma de fogueo. Al guarda lo despiden, y le abren un proceso. Claro caso de cómo la delincuencia doblegó a la autoridad.
Hace 3 o 4 semanas, me hicieron llegar un video de un señor que asistía a una sala de un tribunal. El magistrado leyó la sentencia, en la que confirmaba la sentencia condenatoria. El reo la emprendió contra el magistrado: intentó golpearlo. El policía que cuida la sala de audiencias no se inmutó. Creo que le pareció normal que eso pasara. Tampoco hizo mayor cosa el guardián del INPEC que custodiaba al reo.
También vi en primera persona como los familiares de un reo, en el palacio de justicia de Cali (dicho sea de paso, de palacio no tiene nada), acorralaron y escupieron al juez que, minutos antes, había enviado a la cárcel a un ciudadano señalado de acceder a una menor. No culpo del dolor a los familiares, pero hacerle “encerrona” al juez y luego envilecerlo con escupitajos no es cosa que se deba tolerar, ni mucho menos tratar de justificar. Se debe, sin duda, castigar con toda la severidad.
He presenciado episodios donde los policías que buscan ejecutar una orden judicial son sacados a empellones, pedradas y amenazas con armas, para que no cumplan su deber. Casos de estos hay mucho, pero el más emblemático sucedió en México hace unos días, con la liberación del hijo del Chapo Guzmán, con el argumento, peregrino y débil, de que se ponía en peligro la comunidad.
En fin, casos y ejemplos hay cientos. Pero insisto, los casos son las gotas de sangre del paciente que se analizan y dan cuenta que, por alguna razón, el respeto hacia la autoridad se perdió.
¿Qué pasó? ¿Cuál es el origen de esto? ¿Es reversible esta situación, o ya estamos jodidos?
Los diferentes saberes de las ciencias, la psicología, la filosofía, la pedagogía, el derecho, deben ofrecer explicaciones. Y, sobre todo, aceptar su cuota de responsabilidad.