De una de las callejuelas que une a la urbanización La Aurora con el canal Bogotá, sale Tony. Aparece de repente, como si lo hubiera vomitado la tierra. Una camisa en el hombro, una gorra que usa para cubrir la herida que le dejó la última pelea y unos pantalones cortos, es lo único que cuelga de la humanidad de este joven que cuando divisa el Canal aumenta su velocidad y se adentra en él como si se resbalara desde un tobogán a una piscina.
El saludo está reservado para cuando esté dentro del canal. No tiene hambre, no siente el sol en su espalda, no le duele la herida abierta que trae en el tabique. Del bolsillo sale una tapa de gaseosa envuelta en papel aluminio unida a lo que fue un lapicero y asegurada con una liga de caucho; es su ‘pipa’, vieja y sucia pero efectiva. Dos encendedores y un bolsa de bazuco aparecen como de entre las uñas.
Sobre el papel aluminio quemado intenta servir una pequeña dosis. Antes de destapar la bolsa se rasca la cabeza, tiene un micro berrinche y patalea en el puesto; luego mete la mano al bolsillo y la saca vacía y dice que le falta el cigarro. De nuevo sale del canal como si abriera la puerta de un cuarto. Allí no existen muros, maleza ni suciedad. Atraviesa la calle y por la reja de una tienda pide un cigarro.
Vuelve al canal y en la primera calada abre las puertas del infierno. Está en otra dimensión, el efecto solo duró lo que aguantó la respiración, “por eso se consume tanto basuco, es un efecto que dura una respirada”.
La cara pierde su color, sus ojos se brotan, Tony es otra persona... Los segundos que dura el viaje se hacen eternos, se sienta junto al agua verde que corre por el Canal Bogotá, se recuesta en las lozas de cemento y de repente, regresa. Es el mismo de antes de la primera calada, saluda con una sonrisa, extiende la mano y ofrece disculpas por no saludar antes. Según él, no había consumido nada en todo el día y estaba desesperado.
Son las siete de la mañana y “a esta hora ya llevo dos pipazos, pero me aguanté”.
Las marcas en su piel cuentan historias por sí solas; todas las tiene claras. Mientras carga la ‘pipa’ recuerda cómo empezó en las drogas; no culpa a nadie. “La decisión fue mía, a mí me ofreció un pana y por no quedarme atrás acepté. Muchos salieron de esto, yo no pude; a otros les fue peor”, dice mientras el humo le cubre la cara. Una vez más anestesia su vida, el trance es el mismo, la muerte se marca en sus mejillas huecas. Reciclar es la primera alternativa para Tony. Dice que le da pena robar, aunque sonríe y agrega que “muchas veces le ha tocado”. La sonrisa le dura lo de un ‘pipazo’, la vergüenza no deja rastro. Luego de caminar día y noche consumiendo, ya da lo mismo dónde se ‘sopla’.
A pesar de su realidad, no quiere que nadie consuma, menos los jóvenes, a quienes advierte con palabras de grueso calibre lo que significa ese mundo de decadencia, y los invita a estudiar. Sus mejores recuerdos son del colegio, de sexto grado, para ser exactos. Hoy, Tony tiene 25 años, lleva 11 consumiendo y dice que se quiere morir, porque de las drogas no lo saca nadie.
A Tony, el día se le va caminando el canal Bogotá, recogiendo cartón, botellas plásticas y aprovechando una que otra oportunidad para dejar un carro sin sonido.
Son las tres de la tarde y aunque no ha probado bocado, ya lleva 5 bolsas de 5 gramos de basuco. Y eso que aún le falta lo más difícil, la noche, llena de peligros, miedos y mucho humo para apaciguar lo que se venga.
*Mario Caicedo | Laopinion.com.co