Seis años atrás, Jesús tenía 8 años y su vida transcurría entre risas y juegos; pero sus padres, Germán y Carmen, aceptaron la propuesta del abuelo, vendieron la casa en Cúcuta y se fueron en búsqueda de un mejor futuro para el pequeño en Venezuela.
El destino fue San Cristóbal en el Estado Táchira. El cambio de vida le gustó al niño, quien empezó a reconocer el dialecto venezolano y le parecían curiosas expresiones como: esta broma (este asunto) o la forma de referirse a los alimentos: parchita, cambur y papelón (maracuyá, banano y panela).
En Colombia solo cursó primero de primaria y en su nuevo hogar no ingresó a las aulas. Él y sus padres Germán Araque Rodríguez y Carmen Monguí, recibieron una casa del abuelo y allí empezaron a adaptarse a la nueva cultura, sin ver la necesidad de que Jesús Eduardo Araque estudiara.
A 805 kilómetros de San Cristóbal, en Caracas, la capital de Venezuela, trascurría la vida de Vivian Velasco, docente de educación inicial graduada en la Universidad Pedagógica de Caracas.
La profe disfrutaba sus jornadas enseñando a niños de entre 4 y 6 años y para la época su hija apenas tenía dos años. La vida que llevaba era buena, disfrutando de sus labores como maestra y madre.
Ella, venezolana de nacimiento y Jesús, nacido en Colombia con parientes en el vecino país, no son familia y jamás se habían visto. Sin embargo, el destino los uniría para poner a rodar sueños conjuntos y proyectos de vida.
El paso de los años trajo consigo la agudización de la crisis política, económica y de acceso a medicamentos y alimentos en Venezuela. Ese fue el detonante para que la maestra, de 40 años, y Jesús, ahora de 14, cruzaran la frontera sin ‘tiquete’ de regreso.
En diciembre del año pasado Velasco, junto con su hija de 10 años, llegó a la casa de un pariente de su esposo en el asentamiento humano La Fortaleza, en la Comuna Ocho de Cúcuta. Allí permanecieron cuatro meses hasta que tuvieron que buscar casa en arriendo, que consiguieron en el mismo sector.
Lejos del colegio privado en el que trabajaba en Caracas, añorando su vida y sintiéndose extraña en Colombia, Velasco pasaba los días. Mientras ella vivía ese drama, Jesús y sus papás se enfrentaban al regreso no pensado.
Hace tres meses tomaron la decisión de retornar a Cúcuta, sin casa en la frontera y con un panorama incierto. Fueron recibidos donde la madrina de Jesús en el barrio Doña Nidia.
Días después se mudaron al sector Juan Pablo Segundo y de ahí “un señor nos dejó un ranchito en La Fortaleza. Mi papá es vigilante sin trabajo y mi mamá es ama de casa”.
En el asentamiento humano se unen las vidas de la apasionada maestra y el joven Jesús. Allí, Velasco, junto con un grupo de docentes del vecino país apoyados por el Centro Misionero Nueva Vida, ofrecen educación no formal para que niños venezolanos y colombianos retornados que no han ingresado a los colegios cucuteños ocupen el tiempo libre y no terminen en las calles.
Las líderes de Nueva Vida son Martha Isabel y Gloria Patricia Celis Villamarín, hermanas de sangre y compañeras de congregación religiosa. Ellas tienen un comedor comunitario en el sector, ofreciendo 250 almuerzos diarios con el apoyo del Plan Mundial de Alimentos y 100 más con donaciones que reciben de comerciantes cucuteños.
“En La Fortaleza hay niños venezolanos y colombianos retornados que no han ingresado a las aulas porque no tienen documentos como boletines, se quedaron sin cupos o porque llegaron después de iniciado el calendario escolar. Se identificó la necesidad y las profesoras venezolanas propusieron dictar clases”, contó la hermana Gloria Patricia.
El paso a seguir fue recorrer el asentamiento registrando a los niños y contándoles del proyecto a los padres. Inscribieron a 42 menores, entre ellos a Jesús, quien por su edad no fue recibido en la escuela.
Las mesas y sillas plásticas utilizadas para servir los almuerzos se ocupan también en la mañana y en la tarde para que los niños pongan cuadernos, lapiceros y materiales didácticos.
“No todos los días vienen los 42 niños al Centro Educativo Nueva Vida. Se ofrece educación no formal para complementar el aprendizaje de los niños y dotarlos de herramientas mientras acceden a un cupo en colegios oficiales de Cúcuta”.
En un estante se conservan libros y materiales donados. La hermana Martha Isabel Celis Villamarín disfruta compartir sus conocimientos con los niños.
En los recorridos de las hermanas con las profesoras Helem Sánchez (de Valencia), Marian Molina (de Miranda) y Daluzca Valero (de Valencia), han conseguido donaciones de útiles escolares y de libros.
“Ver a los pequeños estudiando, sonrientes y soñando con un mejor mañana, estimula para que la obra social crezca. Necesitamos apoyo con más útiles”, argumentó la hermana Martha Isabel.
Las clases las profesoras las ofrecen por amor a su profesión y la valiente Velasco aprendió a hacer empanadas vallunas para el sostenimiento del hogar. A las 3 de la mañana se levanta a prepararlas junto con su esposo, quien con la luz del día sale a vender en La Parada (Villa del Rosario). Por las noches venden perros con limonada en La Fortaleza.
Ella sueña con validar su título y trabajar como profesora en Colombia, inculcándoles valores a jóvenes como Jesús, quien se interesó por el estudio y sueña con graduarse de bachiller e ingresar al Ejército.
Entre semana Jesús perfecciona la lectura, la escritura, matemáticas e inglés en La Fortaleza y los domingos cursa 4 y 5 de primaria en una escuela para adultos en la sede Juan Pablo Primero del colegio Paz y Futuro.
En la misma institución, con apoyo de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y Unicef, se consiguió que la Secretaría de Educación habilitara un salón para 20 niños y formarlos allí después de las vacaciones de mitad de año. Los demás, seguirán estudiando en La Fortaleza, pues todos, colombianos o venezolanos, tienen derecho a hacerlo y a soñar con una vida próspera.