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Ibrahim, el zapatero que recorre las calles de Cúcuta con su taller móvil
Este joven no se dejó ganar por la adversidad y se las ingenió para llevar más de mil materiales en su bicicleta.
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Ronaldo Medina
Ronaldo Medina
Miércoles, 18 de Agosto de 2021

Bajo el fuerte sol cucuteño y contra todo pronóstico, día a día Ibrahim Bitar recorre las calles de Cúcuta al pedal de su taller movible de zapatería, una misión en la que se embarcó desde hace tres años, cuando llegó a la ciudad.

Pero no fue ahí donde comenzó su historia de amor y entrega al oficio de ser zapatero. Oriundo del estado Miranda, desde niño Bitar aprendió este arte por parte de su padre.

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Cuando creció, la pasión y excelencia que dejaba en cada encargo le dio la popularidad suficiente para montar su propio taller de reparación de calzado en Venezuela, con todas las máquinas y equipamiento necesario para vivir del oficio.

Aunque también estudiaba administración de empresas, no todo resultó como lo planeó. Cuando la situación económica se hizo difícil para sustentar a su hijo y su esposa, tomó la decisión de dejar atrás su carrera (en octavo semestre) y la tierra que lo vio crecer.

“Había trabajo, pero la plata no rendía. Si obteníamos dinero no podíamos comprar muchos alimentos, así que nos fuimos en busca de estabilidad”, contó.

Un reinicio turbulento

Llenos de ilusiones y gran nostalgia, arribaron a la capital nortesantandereana en un momento en el que el flujo migratorio estuvo en su punto más alto, solo para ser recibidos de la forma menos esperada.

Llegados a un hotel, tan pronto como pusieron un pie fuera, les robaron pasaportes, cédulas y todo el dinero que llevaban consigo. Sin nada más que una tristeza infundida en su pecho, retornaron a su país.

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Un año después, más preparados y conocedores del panorama fronterizo, regresaron con los ojos bien abiertos y actitud emprendedora.

Con nada más que un tarro de pega, una piedra, un cuchillo e hilo blanco, negro y marrón, caminó durante tres meses los barrios de la ciudadela Juan Atalaya, hasta que compró una bicicleta y adquirió poco a poco nuevas herramientas. Luego se hizo con trenzas, cordones y unas cuantas plantillas.

“El comienzo fue difícil, yo llegaba a las casas y decía que era zapatero, pero la gente no me creía, a veces no tenía las herramientas suficientes para demostrarlo”, relató. 

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La historia del taller movible

Luego de comprar su bicicleta panadera, la elegida por ser más resistente con el peso delantero, Ibrahim le instaló también una cesta atrás para montar suelas y plantillas.

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Sin embargo, no todo su material cabía allí. Fue así como, por medio de un amigo que trabaja en un taller de metalúrgica, se las ingeniaron para soldar unas parrillas mucho más grandes que hicieran realidad la idea de Ibrahim.

“Duramos cuatro meses pensando cómo hacerlo, viendo videos y comprando pieza por pieza cada vez que se necesitaba un nuevo repuesto, también buscábamos la forma de que se adaptara a mis necesidades, pero al final se logró”, dijo Bitar.

Desde febrero de este año sigue recorriendo las calles, ya no a pie, sino pedaleando su bicicleta panadera reestructurada.

La próxima meta es equiparla con un motor, una batería y un tanque de gasolina. Según cuenta, porque manejar el taller movible en una calle plana es sencillo, pero hacerlo en una inclinada es demasiado difícil y forzoso.

“Llevo unos 32 modelos de suela en exhibición. Tiene la capacidad para unas 64 muestras, pero puedo montar 128 si duplico la parrilla, también llevo diez plantillas de cada talla, desde la 34 hasta la 43, y más de mil trenzas y cordones de todos los colores”, precisó.

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La familia ayuda en lo que puede

Cuando Ibrahim Bitar está afuera, alguna clientela que se ha sabido ganar llega a buscarlo en su pequeño taller en el barrio Chapinero por un algún arreglo o remiendo urgente.

Su esposa, Samantha Sojo, ayuda a dar precios y a pegar y cocer zapatos; su hijo, de 12 años, cuando no está en la escuela, también colabora en casa con arreglos suaves mientras aprende de su padre, por ser peligrosa la parte artesanal.

En tiempos libres, en algunas ocasiones lo acompañan en su recorrido por los barrios y hacen que su trabajo sea más llevadero.

“Nos gustaría crecer, para trabajar con menos dificultad y seguir ayudando a mi familia a salir adelante, porque todo lo que he hecho, ha sido por el bien de ellos”, dijo con una sonrisa.

Sueña con volver a tener un taller

Así como en Venezuela, algún día Ibrahim espera reunir los fondos suficientes para hacer realidad su sueño de reinaugurar su zapatería de reparación.

“Sigo trabajando en ello todos los días, desde que empecé he ido comprando materiales dependiendo de la necesidad que veo en la gente, para tener una mejor entrada”, comentó.

Otros de sus proyectos son hacer algún día una exhibición de garaje y ampliar el lugar donde vive con máquinas de coser, entre otras que facilitarían su trabajo, pues, hasta el momento, cada arreglo lo ha hecho de forma manual.

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