La mañana avanza despacio en una casa del norte de Medellín. En la mesa del comedor, una adolescente intenta completar una guía de matemáticas mientras su madre prepara el desayuno y revisa al mismo tiempo un correo del colegio. La escena parece tranquila, doméstica, casi rutinaria. Pero es, en realidad, la fotografía de un fenómeno que crece en silencio: padres que retiran a sus hijos del sistema escolar porque la ansiedad y el bullying hicieron de las aulas un lugar imposible de habitar. En ese tránsito la educación en casa —antes marginal— se convirtió en refugio y, para muchos, en necesidad.
La Unesco acaba de publicar el informe La educación en el hogar desde la perspectiva de los derechos humanos, un documento que llega en un momento en que distintos estudios alertan que cerca del 45% de los estudiantes presenta síntomas de ansiedad, depresión o estrés en el entorno escolar. En él, el organismo reconoce que la flexibilidad educativa es un derecho y subraya que aun así no puede desarrollarse sin garantías claras de calidad, seguridad y pluralismo. Por eso, su conclusión es directa: el homeschooling debe regularse para proteger tanto el bienestar individual como la cohesión social.
Y es que el informe identifica la “escolarización imposible” como una de las causas más frecuentes detrás de esta nueva práctica: contextos donde persisten violencias, currículos inflexibles o la falta de apoyos especializados convierten la permanencia en el aula en una carga emocional, un escenario incompatible con el principio primario de la Convención sobre los Derechos del Niño, que exige priorizar el interés superior del menor, por lo que, en ciertos casos, la educación en casa puede ser un mecanismo legítimo de protección.
En Colombia esta discusión adquiere una urgencia particular, debido a que, pese a que la educación en casa no es ilegal, tampoco cuenta con un marco normativo claro. Es decir, no existe un registro oficial del número de estudiantes que hoy aprenden desde el hogar, aunque estimaciones externas hablan de entre 8.000 y 30.000 niños y adolescentes, una brecha que dificulta monitorear su bienestar. En ese vacío se mueve el Colegio Monterrosales, que opera con modelos flexibles y acompaña a más de 10.000 estudiantes en distintas ciudades del país. Su rector, Daniel Rivero, reconoce en entrevista con el Colombiano que las razones para migrar a estos modelos están profundamente entrelazadas con la búsqueda de entornos más seguros.
“El estudio de la Unesco valida nuestra tesis fundamental: la salud mental de los niños no es negociable”, afirma Rivero. Su idea se ajusta al núcleo del informe: la flexibilidad educativa no es un capricho, sino una respuesta cuando la escuela tradicional deja de ser un entorno seguro. En ese sentido, el rector insiste en que el homeschooling no debe entenderse como educación sin rigor. “No es como tal un modelo de educación flexible; el homeschool puede ser incluso más estricto que la educación tradicional”, explica. Para él, la convicción central está en que la familia asume un papel estructural en la formación, con autonomía y, sobre todo, con responsabilidades claras.
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Ese enfoque coincide parcialmente con las preocupaciones de la Unesco sobre los riesgos sociales asociados a esta modalidad. El organismo advierte que, pese a que muchos estudiantes educados en casa sí participan en actividades comunitarias, la falta de exposición a perspectivas diversas puede limitar la socialización y afectar la cohesión social a largo plazo. Rivero responde a esa inquietud desde la práctica: “Los riesgos de aislamiento social se ven completamente erradicados al tener la posibilidad de generar cursos libres, clubes de socialización y un sinfín de opciones que les permitan a los estudiantes desarrollarse”.
El debate, sin embargo, no se resuelve solo en el terreno pedagógico. La Unesco señala que las garantías requieren instrumentos de supervisión que funcionen en la práctica: registro obligatorio, evaluaciones periódicas y estándares mínimos de aprendizaje, además de trazabilidad sobre el bienestar emocional. Para Rivero, el Estado ya tiene herramientas institucionales que podrían articularse para ese fin: “Está el ICBF, que perfectamente puede tener un mayor alcance alrededor de confirmar el estado de los menores de edad. Con una supervisión de registro mensual podrían conocer la realidad de toda la población colombiana”.
Otro elemento crucial es asegurar entornos emocionalmente protectores para quienes migran al homeschooling tras experiencias negativas en la escuela. La Unesco insiste en que la educación debe promover pensamiento crítico, participación social y bienestar integral. Rivero coincide en que la respuesta institucional ha sido insuficiente: las rutas de atención no siempre funcionan y muchos casos de acoso no reciben intervención efectiva. Su lectura es directa: “En homeschool esas heridas sanan y realmente en el seno familiar mucho de lo que ocurrió se transforma en aprendizaje”.
Lo cierto es que, a medida de que avanza el debate sobre la regulación, la discusión de fondo permanece intacta: ¿cómo garantizar que los niños aprendan en entornos seguros, diversos y emocionalmente sostenibles? Las cifras globales de ansiedad estudiantil, los cambios en las dinámicas sociales y el uso creciente de tecnologías exigen una respuesta integral que vaya más allá del aula.
La raíz del malestar emocional
Para el rector del Colegio Monterrosales, el aumento de ansiedad, estrés, crisis de identidad y bullying severo no es un fenómeno nuevo, sino una manifestación amplificada por los medios digitales y el crecimiento poblacional. “La exacerbación de lo que tiene que ver con los medios digitales genera un impacto directo en las edades iniciales”, afirma.
De igual forma, considera que, aunque el sistema educativo ha intentado responder fortaleciendo la supervisión institucional, esa estrategia resulta insuficiente sin una cultura ciudadana que promueva la convivencia. En su visión, la respuesta debe ser articulada: familia, instituciones y Estado trabajando de manera conjunta, con la educación como canal para garantizar entornos protectores y restaurativos.
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